La primera chispa del impulso

El ímpetu fue durante siglos un misterio. ¿Por qué una flecha sigue avanzando después de abandonar la cuerda del arco? ¿Qué mantiene en movimiento una piedra arrojada cuando ya no está en contacto con la mano que la lanzó? Jean Buridan propuso en el siglo XIV una idea que parecía sencilla: en el proyectil quedaba una fuerza, un ímpetu, que lo mantenía en movimiento hasta que se agotaba. Era un concepto intuitivo, precursor de lo que más tarde Newton formularía como ley de la inercia. Pero no era solo una cuestión de física. La pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿qué mantiene el movimiento cuando todo parece tender al reposo? En la ciencia, esa cuestión se traslada a otro terreno: ¿qué impulsa a seguir investigando, a sostener la búsqueda en medio de las dificultades, a transmitir el conocimiento para que no se pierda?


Hypatia y el impulso de transmitir

En la Alejandría del siglo IV, Hypatia representó ese impulso. Matemática, filósofa y astrónoma, pero ante todo maestra. La ciudad, todavía vinculada al esplendor helenístico, se había convertido en escenario de disputas religiosas y tensiones políticas. El saber antiguo, conservado durante siglos en bibliotecas y escuelas, empezaba a ser cuestionado y en ocasiones perseguido. En medio de esa inestabilidad, Hypatia eligió enseñar. De su padre, Teón, recibió no solo conocimientos de matemáticas y astronomía, sino también la certeza de que el estudio y la enseñanza podían ser un acto de resistencia cultural. Condujo una escuela neoplatónica que atrajo a estudiantes de diversos orígenes, entre los que se contaban futuros obispos y gobernantes, una muestra clara del prestigio que alcanzó su figura. Más que autora de nuevos tratados, Hypatia fue comentadora. Trabajó sobre textos de Euclides, Diofanto y Ptolomeo, desmenuzándolos para hacerlos accesibles a su alumnado.

 
No basta con imaginarla como una académica aislada: Hypatia fue, ante todo, comunicadora. Su papel fue mantener en movimiento una tradición científica y filosófica en un tiempo convulso, garantizando que esos conocimientos no se interrumpieran con ella. Podemos pensarla como una figura que imprime impulso: toma la energía acumulada en siglos de pensamiento y la proyecta hacia adelante, hacia sus discípulos y hacia las generaciones futuras. Su asesinato brutal a manos de una turba en el año 415 nos recuerda la fragilidad de ese ímpetu, siempre vulnerable frente a los poderes que lo quieren frenar. Sin embargo, la semilla que dejó siguió germinando. El movimiento no se detuvo.


Vocación científica

Hoy, tantos siglos después, seguimos preguntándonos por ese motor invisible que empuja a las personas hacia la ciencia. Lo llamamos vocación, aunque a veces ese término se romantiza demasiado. La vocación científica no es un gesto heroico ni una chispa pasajera: es un ímpetu persistente. Algo que se imprime en quienes sienten la necesidad de comprender, aunque las condiciones externas no sean favorables. Quien ha dedicado tiempo a la investigación sabe que la ciencia se sostiene en gran parte gracias a esa fuerza interior. Es la que empuja a volver al laboratorio cuando el experimento falla por enésima vez, a rehacer un análisis que parecía definitivo, a seguir escribiendo cuando los artículos acumulados en la mesa parecen inabarcables. 

Esa vocación se enfrenta a fuerzas de freno: la precariedad de los contratos, la incertidumbre laboral, la competencia feroz, la soledad de largas jornadas de trabajo. Muchas trayectorias se interrumpen porque los obstáculos son demasiado grandes. Y, sin embargo, siempre hay alguien que encuentra la manera de continuar, porque algo dentro de sí le sigue impulsando. Como en la teoría de Buridan, el movimiento persiste mientras el ímpetu permanezca impreso. En este punto, Hypatia se convierte en espejo. Ella también eligió la ciencia en un contexto en el que no había garantías, en el que su condición de mujer y de intelectual la ponía en el punto de mira. Y, aun así, enseñó. Esa es quizás la forma más pura de vocación: mantener el movimiento a pesar de los riesgos.


El impulso de comunicar

El ímpetu científico no termina en el descubrimiento. Necesita prolongarse en la comunicación. Una idea que no se comparte se desvanece; una fórmula que no se explica se convierte en jeroglífico; un hallazgo que no se transmite se queda sin trayectoria. Hypatia entendió bien esta verdad. Su labor como maestra fue tan importante como cualquier posible descubrimiento. Supo que el conocimiento debía circular, que la ciencia necesitaba continuidad para seguir viva. En cierto modo, fue divulgadora mucho antes de que existiera la palabra. Ese mismo impulso lo reconocemos hoy en la divulgación científica. Escribir un blog, dar una charla, compartir un hilo en redes sociales: todo ello es lanzar un nuevo proyectil, poner en movimiento ideas que de otro modo quedarían confinadas en revistas académicas inaccesibles. Cada acto divulgador prolonga la trayectoria del conocimiento y multiplica su alcance.


Impulso y resistencia

La investigación no se mueve solo a base de vocación. También requiere resistencia, planificación y apoyo. Como toda carrera de fondo, el ímpetu inicial no basta: hacen falta relevos, pausas, estrategias y, sobre todo, compañía. Aquí es donde la mentoría cobra sentido. En la trayectoria científica, contar con mentores y mentoras que orienten, acompañen y ofrezcan impulso adicional marca la diferencia. Un buen mentor es como una fuerza externa que refuerza el ímpetu cuando amenaza con agotarse. Enseña a sortear obstáculos, transmite experiencia y, a veces, simplemente recuerda que no se está solo en el camino. Sin ese acompañamiento, el ímpetu corre el riesgo de disiparse demasiado pronto. Con él, se convierte en una fuerza sostenible, capaz de atravesar años de esfuerzo y de incertidumbre. La ciencia, como la vida, no se construye únicamente con talentos individuales, sino con trayectorias colectivas que se apoyan unas en otras.


Una red de impulsos

El ímpetu de Buridan sirvió para explicar el movimiento de una piedra. El de Hypatia, para mantener en marcha la transmisión del conocimiento clásico. El nuestro, hoy, es seguir preguntando, seguir investigando y seguir contando. La ciencia avanza porque alguien imprime un nuevo movimiento, aunque sea pequeño. Hypatia lo hizo hace más de mil quinientos años en su escuela de Alejandría. Nosotras y nosotros lo hacemos ahora en laboratorios, en aulas y en plataformas digitales. Cada texto, cada conversación, cada gesto divulgador es un impulso que prolonga la trayectoria del saber. El ímpetu de la ciencia no está en una sola persona, ni en un solo momento, sino en la cadena ininterrumpida de quienes han decidido lanzar el proyectil y dejar que siga su curso. Mientras haya alguien dispuesto a impulsarlo —un maestro, un investigador, un divulgador, una comunidad— el conocimiento seguirá en movimiento.


Quizá la mayor diferencia con el pasado es que hoy ese impulso no es solo individual. La comunicación científica se ha convertido en una labor compartida, en una red que multiplica los movimientos. Cada entrada de blog, cada artículo divulgativo, cada clase impartida, cada conversación añade un nuevo vector al recorrido del conocimiento. Ninguno por sí solo lo cambia todo, pero en conjunto construyen una trayectoria que atraviesa generaciones. En este sentido, comunidades como Hypatia Café encarnan esa fuerza colectiva. Lo que nos impulsa no es solo la curiosidad personal, sino también el deseo de mantener vivo el movimiento del conocimiento en la esfera pública, de que no se detenga ni se pierda en la niebla de lo incomprensible.


Esta publicación participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia en su en su edición de septiembre de 2025 con el tema #PVimpulso 



Comentarios

  1. Sin duda un aporte excelente para Café Hypatia, este párrafo me parece muy acertado: Cada entrada de blog, cada artículo divulgativo, cada clase impartida, cada conversación añade un nuevo vector al recorrido del conocimiento. Ninguno por sí solo lo cambia todo, pero en conjunto construyen una trayectoria que atraviesa generaciones.
    Un abrazo grande

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