Así encontré mi vocación científica

Recuerdo la primera vez que pensé en qué quería estudiar. Tenía 15 años y estaba en tercero de la ESO. Hasta entonces, solo sabía que me gustaban más las ciencias. Pero en aquel tiempo nos explicaron en detalle la estructura y organización del cuerpo humano, las funciones de los órganos y sistemas, y la salud y enfermedad. En ese instante supe que quería estudiar la fisiología humana—cómo los organismos, los sistemas, los órganos, las células y las biomoléculas hacen las funciones en un ser vivo.​ Durante los dos últimos años de la educación secundaria descubrí que me interesaba la nutrición y la complejidad de las enfermedades digestivas y endocrinas. Este interés surgió en parte por el que era nuestro profesor de biología en aquel momento: Luis García Bona, que tenía pasión por la biología y una paciencia infinita. Los siguientes dos años de educación postobligatoria elegí el itinerario de ciencias (matemáticas, biología y química), en el que descubrí que me gustaba la química aplicada y la biología molecular. Recuerdo con especial cariño a Blanca Labairu Marco, una profesora con un gran sentido del humor que hacía que la química pareciera fácil.

Cuando estaba decidiendo qué estudiar en la universidad, vi que me interesaban varias carreras de ciencias experimentales o de la salud. Me apunté a las listas de enfermería (Universidad pública de Navarra) y de nutrición humana y dietética (Universidad de Navarra). Aunque me cogieron en las dos, al final me decidí por la nutrición porque abarcaba la mayoría de mis intereses. En la carrera tuve profesores que hoy en día, y después de más de diez años, aún recuerdo perfectamente: Ana Irujo, Arantza Zornoza, Guillermo Martínez de Tejada, Marisol García, Carlos Lacasa, Adela Lopez de Cerain, Anabel Vitas, José Luis Vizmanos, Marta Cuervo, Miguel Ángel Martínez, Silvia Carlos... Los recuerdo con especial cariño por ser buenos docentes que transmitían pasión por su profesión, y por impartir las asignaturas que más me marcaron. A lo largo de la carrera me comenzaron a interesar las salidas relacionadas con la clínica (lee los últimos párrafos para descubrir por qué la descarté) y la investigación. En el último año de la carrera solicité realizar una estancia en un centro de investigación en nutrición en Reino Unido, en el que además hice el trabajo fin de carrera. En estas prácticas vi que me interesaba realmente la investigación, y que necesitaba completar la formación sobre biología. Probablemente el tener como supervisor del proyecto a Pedro González Muniesa, profesor paciente y apasionado de la ciencia, ayudó bastante a elegir un itinerario de investigación en fisiología humana. 

Escogí el máster en biología celular y molecular (Universidad de Zaragoza) para mejorar mis conocimientos en ciencias experimentales de cara a empezar un doctorado. Tuve la suerte de tener como supervisor del proyecto de investigación a Patricio Fernandez Silva, con quién aprendí de primera mano las técnicas de laboratorio y me hizo comprender un poco mejor la biología molecular. 

Como último paso en mi formación académica, opté por el programa de doctorado en Ciencia de los Alimentos, Fisiología y Salud (Universidad de Navarra). Nuevamente, le pedí a Pedro que fuera mi supervisor de tesis. Durante los cuatro años de doctorado recibí consejos y orientación tanto de él, como de otros investigadores y profesores del departamento. En esa época empecé a comprender como funciona la investigación, las publicaciones y la importancia de la internacionalización. 

También a lo largo de los años he visto lo dura que es la carrera investigadora. A pesar de los contratiempos y dificultades, es mi vocación, y puede ser muy gratificante. ¿Qué es la investigación científica? La investigación científica es un proceso dinámico, ordenado y sistemático que conduce a la adquisición de nuevos conocimientos. Puede que el orden sea una de las cosas que más me gusten. Y descubrir cosas nuevas, nuevos conocimientos que expliquen las incógnitas en mi cabeza. Mediante la aplicación del método científico—una herramienta de investigación para demostrar la validez de los resultados que consiste en la identificación del problema, observación sistemática y experimentación—la investigación científica busca comprender, explicar, predecir y controlar acontecimientos. Los investigadores utilizamos el método científico para la formulación, análisis, modificación y demostración de hipótesis que, una vez que se verifican mediante la experimentación, sirve para elaborar teorías. La teoría es el resultado de aquellas hipótesis con una mayor probabilidad de ser ciertas. Todo este proceso me resulta apasionante, y (para mí) vale la pena todo el esfuerzo invertido. 

Pero también hay cosas no tan positivas. Ser investigadora científica es cada vez más complicado. Existen pocas oportunidades laborales y en general mal remuneradas en investigación para quienes han estudiado una carrera en ciencias experimentales o de la salud y un máster de especialización, y que después han trabajado durante cuatro años (de 3 a 7 habitualmente) para obtener un doctorado. Parte de estas escasas oportunidades podría deberse a la consideración de la investigación científica como una carrera vocacional que merece todo nuestro esfuerzo y sacrificios, a cambio de un bajo salario y precarias condiciones laborales. A veces escuchamos opiniones sobre nuestra profesión, minusvalorando el esfuerzo y conocimientos que conlleva: que si gastamos mucho dinero en materiales, que si perdemos el tiempo, que si hacemos experimentos con consecuencias destructivas o poco éticas, y otros tantos cuentos. Lo cierto es que somos investigadores precarios y no tenemos estabilidad laboral. Los proyectos y becas que hay que conseguir hasta conseguir un puesto más o menos estable son infinitas, no suelen ser consecutivas y consumen una cantidad de trabajo y energía. Sería bastante sencillo (en mi opinión) crear oposiciones, como ya existe para muchas otras profesiones, a las que pudieran concurrir todos aquellos doctores interesados. Por desgracia, ahora mismo los puestos vacantes tienen poca publicidad, tienen unos requisitos muy concretos, y cada universidad los convoca por su cuenta. Esto se traduce en la endogamia universitaria, y la pérdida de talento por la falta de recursos y el exceso de burocracia. 

Llegados a este punto, es el momento de hacer un inciso y hablar de la nutrición clínica. Como ya he comentado, la nutrición hospitalaria o clínica me interesaba como salida durante la carrera, pero apenas hay oportunidades en España, sobre todo por motivos de intrusismo y desconocimiento. La nutrición ya de por sí tiene muchísimo intrusismo laboral: hay muchas personas ejerciendo como dietista-nutricionista, elaborando de dietas a pacientes que se encuentren afectados por una o varias patologías (hay que recordar que la obesidad también es una enfermedad). El intrusismo en la profesión de dietista-nutricionista también lo ejercen profesionales sanitarios (farmacéuticos, enfermeros, médicos) que solo tienen conocimientos generales sobre nutrición. Estos profesionales pueden promocionar la salud pero no diseñar y prescribir dietas o planes dietéticos. Sin embargo, muchas veces por el desconocimiento de los legisladores, los intereses comerciales y la falta de agrupación de los diplomados/graduados en Nutrición Humana y Dietética, se ignora a estos especialistas e incluso se produce intrusismo. Si nos centramos en la nutrición clínica, es aún más ilógico. Apenas existen puestos para ejercer la nutrición hospitalaria en el sistema público, y varía mucho entre comunidades. En este caso, debido a la legislación actual, el intrusismo laboral lo realiza el personal de enfermería, y en menor medida medicina. Hasta ahora, hay funciones dentro de un hospital realizadas por estos especialistas que deberían realizar un dietista-nutricionista o que convendría que fuesen coordinados o asesorados por uno. Al ser una carrera relativamente nueva, todavía queda mucho trabajo por hacer para conseguir que esta profesión sea más reconocida. En 2003, la Unión Europea aprobó medidas para avanzar en la atención nutricional en los hospitales europeos, pero España es el único país sin dietistas-nutricionistas (en la mayoría de comunidades) en el Sistema Nacional de Salud. A la larga, la incorporación del profesional Dietista-Nutricionista a la red hospitalaria española ayudaría en la detección, evaluación y tratamiento de enfermedades relacionadas con la nutrición, mejoraría la relación coste-efectividad de los tratamientos y aumentaría la calidad de vida de los pacientes.

He tenido mucha suerte a lo largo de mi formación académica y mi carrera profesional encontrando personas interesantes, grandes docentes y mentores con los que he conversado, consultado opciones y hablado las cuestiones del día a día. Unos estudios con salidas son aquellos que nos apasionan. Hacer el doctorado en fisiología humana fue una muy buena decisión. Me ha ayudado a crecer personal e intelectualmente, y se lo recomendaría a cualquiera que tenga una vocación científica e interés por las ciencias de la salud. Os deseo la misma suerte que yo tuve para encontrar a personas interesantes que os ayuden a impulsar vuestros intereses hacia lo que más os motive.

Esta publicación participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia en su en su edición de enero de 2023 con el tema #PVprimeravez  


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