Resiliencia científica
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Historias de quienes eligieron resistir
La ciencia es, por esencia, un ejercicio de resistencia.
Resistir no solo es una cualidad humana de quienes la practican, esencial para
enfrentarse a los obstáculos (falta de recursos, presiones políticas, rechazos,
incertidumbre...). También es una característica intrínseca del conocimiento
que genera: la ciencia —para ser válida—
debe poder resistir el paso del tiempo, las críticas, la revisión constante,
las dudas y nuevas evidencias. La solidez del conocimiento científico se basa
en esa capacidad de resistencia ante el escrutinio. La historia nos ha mostrado
que el avance científico nunca ha sido un camino fácil ni lineal. A menudo, ha
estado marcado por obstáculos externos, en especial por decisiones políticas
que han condicionado su desarrollo y, en ocasiones, han intentado sofocar el
pensamiento crítico.
Desde principios de este año, hemos visto cómo
investigadores en Estados Unidos han sufrido las consecuencias de decisiones
gubernamentales que han recortado fondos, restringido proyectos o condicionado
líneas enteras de investigación. Aunque ha sido una noticia muy sonada por el
alto impacto de estos hechos, no es la primera vez que algo así sucede. La
historia de la ciencia está marcada por momentos en que gobiernos o
instituciones públicas han interferido en el avance del conocimiento, con
consecuencias que todavía perduran. Estos episodios ilustran la dureza del
camino para quienes se atreven a desafiar estructuras políticas opresivas y a
defender la independencia científica. Sin embargo, la comunidad científica no
se rinde. Resiste, se adapta, se reinventa y continúa impulsando el
conocimiento, a pesar de las adversidades. Esta capacidad de resiliencia es tan
fundamental como la creatividad o el rigor científico.
La resiliencia de los investigadores ante la adversidad política
Los científicos enfrentan no solo los retos intrínsecos de la investigación, sino también factores externos como la incertidumbre financiera, las barreras administrativas y, a veces, la interferencia directa de políticas públicas restrictivas o ideológicamente sesgadas. Ejemplos recientes en Estados Unidos, donde decisiones de administraciones políticas han limitado la financiación pública en áreas clave o impuesto vetos y censuras, son un reflejo de este fenómeno.
Frente a estas dificultades, los investigadores han
buscado estrategias diversas para resistir: redirigen sus proyectos hacia
nuevas áreas, recurren a redes de colaboración internacionales, apuestan por
fuentes de financiación alternativas, y defienden con firmeza la autonomía
científica. También se han organizado en movimientos colectivos para denunciar
estas políticas y exigir condiciones que garanticen el desarrollo libre y
riguroso de la ciencia.
Interferencias institucionales en la ciencia: casos históricos
Galileo Galilei (Italia, 1564). En Pisa, durante el siglo XVII, Galileo Galilei![]() |
Galileo ante la Santa Inquisición |
Alemania nazi (1933-1945). El régimen hitleriano aplicó idénticas
censuras ideológicas en nombre del racismo. En 1933 se promulgó una ley que
prohibía a judíos y “no arios” ocupar cargos públicos (incluida la docencia
universitaria). Miles de académicos e investigadores judíos o críticos fueron
expulsados de universidades y centros de investigación, forzados al exilio,
en el mejor de los casos. Además, se
promovió la “Deutsche Physik” como movimiento oficial
que consideró la teoría de la relatividad y otros avances “ciencia judía” y los
descartó como “idealistas”. Las políticas nazis incluyeron la quema de libros y
la destrucción de institutos (como el Instituto de Sexología de Magnus
Hirschfeld). El resultado inmediato fue un éxodo masivo de científicos, y la
pérdida de generaciones de expertos en genética, física, química, etc. Durante
el ascenso del régimen nazi, numerosos científicos judíos alemanes se vieron
forzados a abandonar su país, continuando su labor académica sin implicarse
directamente en el esfuerzo bélico. Es el caso de
Lise Meitner, quien tras una
peligrosa salida desde Berlín, huyó a Suecia y sus descubrimientos fueron clave
para la fisión nuclear; Max Born, quien se trasladó al
Reino Unido y siguió investigando en física cuántica; Otto Meyerhof, premio Nobel de
Fisiología, que emigró a Estados Unidos y trabajó en investigación médica; Fritz Haber, que aunque murió en el
exilio en Suiza en 1934, tuvo que abandonar Alemania por su origen judío; Erwin Chargaff, quien emigró primero a
Francia y luego a EE.UU., donde sentó las bases para determinar el apareamiento
de bases en el ADN, un gran avance en bioquímica; y Hermann Weyl, matemático que se
estableció en Princeton y se dedicó a la docencia y la investigación. Por otro
lado, varios científicos exiliados se unieron activamente al esfuerzo aliado
durante la Segunda Guerra Mundial. Albert Einstein, refugiado en EE.UU.,
fue clave al advertir al presidente Roosevelt sobre el posible desarrollo nazi
de una bomba atómica, lo que impulsó el inicio del Proyecto Manhattan. Hans Bethe, también exiliado en
EE.UU., lideró la división teórica de ese proyecto. Otto Frisch, sobrino de Meitner,
trabajó en el desarrollo del modelo físico de la fisión nuclear y colaboró con
británicos y estadounidenses. Leo Szilard, coautor junto con
Einstein de la famosa carta a Roosevelt, también participó activamente en el
Proyecto Manhattan. James Franck, aunque más crítico con
el uso de la bomba, formó parte del proyecto e incluso encabezó un informe
recomendando una demostración no violenta de la bomba antes de su uso militar. A
largo plazo, esta diáspora significó una pérdida neta para la ciencia
mundial y una transferencia del conocimiento a otros países. Las
investigaciones académicas que continuaron en Alemania se concentraron en
objetivos bélicos o eugenésicos. Además, la supresión nazi de disciplinas (como
los estudios sobre genética o antropología fuera de la ideología racial)
retrasó el desarrollo científico hasta después de la guerra. Todos esto representó
una pérdida irreparable para Alemania, pero también un testimonio de la
capacidad de adaptación y supervivencia de la comunidad investigadora.Científicos abandonando Alemania
nazi y los territorios ocupados
Revolución Cultural en China (1966-1976).
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El abandono de la ciencia básica en la revolución cultural China |
La Guerra Fría y la persecución ideológica. Durante la década de 1950, en pleno auge del macartismo, Estados Unidos vivió una de las etapas más oscuras para la libertad intelectual. Bajo el liderazgo del senador Joseph McCarthy, se instauró una política sistemática de persecución hacia individuos sospechosos de tener vínculos comunistas, que incluyó a numerosos científicos, docentes universitarios y profesionales del conocimiento. La sola sospecha podía bastar para arruinar carreras. Muchos investigadores fueron interrogados por el Comité de Actividades Antiestadounidenses, y algunos, como el físico J. Robert Oppenheimer, fueron despojados de sus cargos o licencias de seguridad, no por traición demostrada, sino por cuestiones ideológicas o asociaciones pasadas. Este clima generó miedo y autocensura. Algunos científicos optaron por abandonar el país o redirigir sus líneas de investigación para evitar conflictos. Instituciones académicas vetaron conferencias, censuraron contenidos y, en ciertos casos, contribuyeron al señalamiento público. Entre ellos destacan
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El Comité de Actividades Antiestadounidenses interrogando investigadores |
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La pseudociencia lysenkoísta en la URSS supuso un atraso agrícola |
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El Khmer Rouge en Camboya asesinó a la élite intelectual por una utopía agraria |
Camboya bajo el Khmer Rouge (1975-1979). El Khmer Rouge (o jemeres rojos) fue un movimiento comunista radical liderado por el líder marxista Pol Pot, en el poder de 1975-1979, que tomó el poder en Camboya tras años de guerra civil. El Khmer Rouge, brazo armado del régimen comunista, tomó el poder en Camboya con la intención de instaurar una utopía agraria basada en la eliminación total de la vida urbana, las clases sociales y cualquier vestigio del pasado llevando a Camboya a la Edad Media, obligando a millones de personas de las ciudades a trabajar en granjas comunales en el campo. Para lograrlo, implementaron una purga sistemática de la élite intelectual. Según fuentes académicas, los jemeres rojos asesinaron a prácticamente todos los educados: profesores, médicos, ingenieros, abogados y científicos fueron considerados “intelectuales” y ejecutados. Incluso llevar gafas era motivo de muerte, pues se asociaba con el hábito de leer. Se clausuraron escuelas y universidades, se destruyeron bibliotecas y laboratorios, y se abolió toda forma de vida académica para imponer una sociedad rural “pura”, dedicada al trabajo manual. Como consecuencia inmediata, la investigación científica quedó anulada: no hubo generación de nuevos científicos ni publicaciones, y la práctica intelectual fue borrada del espacio público. A largo plazo, Camboya quedó sin base científica ni profesional, iniciando apenas en 1979 —tras la caída del régimen— una lenta y dolorosa reconstrucción educativa desde casi cero. El genocidio académico camboyano ilustra el peor caso de marginación política del saber: destruir intencionalmente el capital humano y las instituciones científicas tuvo efectos devastadores, atrasando el desarrollo nacional por décadas.
Estos casos muestran que las intervenciones públicas motivadas políticamente –ya sea por censura ideológica, persecución religiosa o manipulación económica– producen retrasos dramáticos en la ciencia. A corto plazo hunden proyectos, expulsan o silencian a investigadores, y desvían recursos; a largo plazo generan rezagos en campos enteros, fuga de cerebros y atraso tecnológico. Por ejemplo, Alemania y la URSS perdieron líderes científicos que emigraron al mundo occidental (acelerando allí la investigación), mientras sus propios programas científicos quedaban coartados. La censura (de ideas o de publicaciones) impide el debate crítico esencial en ciencia; las persecuciones ideológicas (por raza, ideología, creencia) aíslan a comunidades enteras. En todos los casos bien documentados arriba, la interferencia gubernamental o institucional retrasó siglos de avances científicos y costó vidas.
Estados Unidos: la ciencia bajo presión política
En los últimos meses, el sistema de financiacióncientífica en Estados Unidos ha sufrido un gran golpe. El Instituto Nacional de la Salud (National Institutes of Health, NIH), la principal agencia de financiación
para investigación biomédica del país, ha retirado de forma repentina más de
2.500 solicitudes de proyectos solo en lo que va de año. Esta cifra duplica con
creces la de años anteriores y se explica, en parte, por el cierre silencioso
de un centenar de convocatorias que hasta ahora financiaban a jóvenes
investigadores, científicos de grupos históricamente infrarrepresentados y
estudios centrados en diversidad, equidad o accesibilidad.
La decisión, tomada bajo la administración Trump, no solo ha dejado en el aire cientos de líneas de investigación, sino que ha puesto en jaque a una generación entera de investigadores que se encontraban dando sus primeros pasos en un sistema ya de por sí competitivo. Laboratorios al borde del cierre, investigadores sin salario durante el verano y proyectos detenidos por tecnicismos administrativos, como la falta de un documento justificativo en colaboraciones internacionales, son algunas de las consecuencias más inmediatas. Lo más grave es que muchas de estas convocatorias eran precisamente las que evitaban que las personas en situaciones más vulnerables quedaran fuera del sistema. La respuesta del NIH ha sido invitar a los investigadores afectados a volver a aplicar en otras líneas de financiación más generales, pero esto implica comenzar desde cero, esperar meses o incluso un año para saber si recibirán apoyo. En un contexto de recortes presupuestarios que amenazan con reducir en un 40% los fondos del NIH para 2026, muchos ya han decidido no volver a intentarlo hasta que el clima político cambie, cambiar de país para continuar sus carreras científicas o cambiar de línea de investigación. En este escenario de incertidumbre, la comunidad científica sigue resistiendo. Porque resistir, en ciencia, es una necesidad diaria.
Recientes restricciones en la ciencia climática y biomédica
En años más recientes, en distintos gobiernos algunas
políticas públicas han censurado o recortado fondos para investigaciones sobre
cambio climático, salud pública o genética. Estas medidas han generado un clima
de incertidumbre, dispersión del talento y obstáculos a la innovación. A pesar
de ello, la comunidad científica global ha respondido con movilizaciones,
transparencia y colaboración internacional, reafirmando su compromiso con la
verdad y el bienestar común. Cada uno de estos ejemplos ilustra que resistir en
ciencia es apostar por un futuro mejor, aún cuando las circunstancias parecen
insalvables. La historia está llena de investigadores que, contra viento y
marea, han mantenido viva la llama del conocimiento y la libertad intelectual.
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Resistir es un acto fundamental en la ciencia, que
refleja no solo la fuerza individual sino la solidaridad colectiva. En un mundo
donde las decisiones políticas pueden afectar profundamente el desarrollo
científico, es indispensable fortalecer la autonomía, la transparencia y el
apoyo público a la investigación. Como divulgadores, investigadores o
ciudadanos comprometidos, debemos recordar que la ciencia avanza gracias a
quienes no se rinden ante la adversidad. Es nuestro deber acompañar y
visibilizar esas historias de resistencia, para inspirar y construir juntos un
futuro donde el conocimiento sea un bien común, accesible y libre de ataduras
políticas.
Como sugerían desde Hypatia Café, Katalin Karikó representa un
ejemplo contemporáneo emblemático de resistencia en ciencia. Pionera en la
tecnología de ARN mensajero, Karikó se enfrentó durante décadas a rechazo
institucional, degradación académica, recortes salariales e incluso amenazas de
deportación. A pesar de ello, no abandonó su línea de investigación, convencida
de su potencial terapéutico. Su perseverancia —durante años ignorada por la
comunidad científica— se tradujo, décadas después, en uno de los avances
biomédicos más relevantes del siglo XXI: las vacunas de ARN mensajero que
ayudaron a frenar la pandemia de COVID-19 y han salvado millones de vidas.
En colaboración con Hypatia Café dentro de la iniciativa #Polidivulgadores con el tema de junio #PVresisitir
Lectura interesante:
Exclusive: NIH grant rejections have more than doubled amid Trump chaos. By Smriti Mallapaty https://doi.org/10.1038/d41586-025-01539-5
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